Global Journal of Human Social Science, C: Sociology and Culture, Volume 21 Issue 5
“la corrupción no solamente sirve para que los traficantes de terrenos lucren ofertando terrenos como si fueran zonas para vivienda, sino que agrega riesgos para las familias sobre lotes que no cuentan con los requisitos mínimos de seguridad para construir y vivir” (p. 184). Se suma el estudio sobre el tráfico de tierras en zonas rurales. Shanee y Shanee (2016) investigaron los casos de San Martín y Amazonas, y explican que en pueblos rurales los traficantes dependen de las autoridades locales para falsificar documentos que prueben la propiedad anterior de la tierra y permitiéndoles el derecho a venderlos. Consideran al fenómeno como causa y consecuencia de la escasez de tierras y vinculadas también al proceso de migración, pero con una notoria ausencia de respuestas estatales frente al fenómeno del tráfico de tierras, incluso, tratándose de áreas de conservación. II. M ercado y T ipología del T ráfico de T ierras Según Topalov (1984), el mercado de suelo urbano es el lugar social donde se intercambian parcelas de terrenos que sufrirán un cambio de uso y que serán el soporte de la construcción de edificios destinados a distintos usos. Considera que “la condición previa histórica y estructural de la existencia de ese mercado es la separación entre propietarios del suelo y constructores capitalistas, los cuales constituyen su contrapartida, desde el punto de vista de la oferta y desde el de la demanda” (p. 240). La oferta no es autónoma, los terrenos no son puestos a venta de manera espontánea por los propietarios, pues, es la demanda de suelo la que genera la oferta y el cambio de uso determina el precio de transacción y los precios de ofertas posteriores. Así, la oferta no es autónoma de la demanda, esto debido a que en el mercado de suelo no se vende un producto sino un derecho, ya que el suelo no se produce. Es decir, no es el lugar de intercambio de equivalentes, ni es reproducible, pues, su precio no está determinado por su costo de producción, sino por la cercanía a los efectos útiles de aglomeración que ofrece el entorno urbano (L’Huillier, 2020: 71). El suelo urbano no es producido por el trabajo, se trata de una mercancía ficticia, en consecuencia, el aumento de la oferta no necesariamente significará la reducción del precio de los terrenos urbanos. Según Baer y Kauw (2016), aquí se da un fenómeno conocido como “demanda derivada”, donde “la mayor parte de la demanda no compite por suelo urbano para su consumo directo, sino por la actividad que le da soporte, en otras palabras, que […] compite por el suelo en función de las expectativas sobre el tipo e intensidad de uso que dicho suelo tolera en términos económicos, urbanísticos y normativos” (Baer y Kauw 2016: 7). De esta manera, se configuran las prácticas especulativas de distinto tipo (L’Huillier, 2020). Y la mayor parte de la demanda no compite por suelo urbano para el consumo directo e inmediato, sino por la actividad que le da soporte y las expectativas de ganancia económica y son estas expectativas de rentabilidad son las que estructuran los precios del suelo urbano. Las externalidades pueden ser diversas, y “es por ello que el suelo es una mercancía heterogénea que conforma un mercado segmentado y presenta precios diferenciados” (Baer y Kauw 2016: 7). La heterogeneidad, asimismo, implica la existencia de ciertas lógicas en la producción de las ciudades. Abramo (2009) precisa que en América Latina, la producción de las ciudades resulta del funcionamiento de tres lógicas: la del estado, la del mercado y la de la necesidad. En nuestros tiempos, predomina la lógica del mercado (Ñiquen 2017, 2018; Pimentel, 2017). De ese modo, la lógica de necesidad se transforma en una lógica de “mercado informal de suelo”, donde la acumulación a partir del valor de campo del suelo constituye uno de los principales de los agentes y una fragmentación de la oferta. En ese sentido, hay una proliferación de tráfico de tierras en espacios periurbanos. El tráfico de tierras puede considerarse como la usurpación, apropiación ilegal y comercio de tierras (Shanne y Shanne, 2016). Lo común del tráfico de tierras es que en cuanto a utilización, el lote ya no es un soporte material para un proceso de edificación directa por quien realiza la ocupación, sino funciona y forma parte de la estrategia de transacción inmediata a usuarios finales y en otros casos como estrategia de reserva de valor (expectativa de valorización). Además, si bien el suelo puede funcionar como reserva de valor, no es comerciado por los propietarios, sino por quienes la ocupan ilegalmente. El tráfico de tierras resulta siendo, al mismo tiempo, todo un sistema de intercambio especulativo del suelo, toda una unidad orgánica con una mixtura de elementos: crimen, dinero, símbolos de apropiación del territorio, conflicto, disimulo, sutileza, redes, agudeza, ingenio, organización, complicidad, alegalidad, etc. Es toda una institución que constituye parte de una vivencia concreta de la sociedad. El tráfico, a diferencia del tiempo, es perceptible, asumido, vivido y negociado por los sujetos involucrados, usando para ello múltiples mecanismos e instrumentos, desde legales hasta elementos de producción de violencia. Hay una mixtura entre mercado, clientelismo, corrupción y criminalidad. Está claro que no constituye solo agentes económicos, sino también políticos y delictivos. En tanto, los espacios urbanos y periurbanos no han dejado de ser espacios de jerarquías, disputas, estratificaciones y relaciones de poder. Un análisis sobre acontecimientos y datos etnográficos sobre el fenómeno, nos permite Volume XXI Issue V Version I 77 ( ) Global Journal of Human Social Science - Year 2021 C © 2021 Global Journals Tráfico de Tierras en Áreas Periurbanas de Lima, Perú: Tipos e Implicancias Político- Institucionales y Socioculturales
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